jueves, febrero 07, 2013

o que ten que vir...

Thomas Schütte
Paco E. non ve o día en que todo estoure dunha vez, di que o que ten que vir que sexa xa, que non podemos aguantar moito máis esta agonía. Verbas inquietantes, sen dúbida, e interesantísimas, por canto me fan plantexarme moreas de cuestións...¿que é exactamente o "que ten que vir"?, ou mellor dito ¿existe na rúa, na conciencia cidadá, unha sensibilidade real de que o sistema ten que escachar?, ¿hai algún significado agochado baixo as conversas políticas de bar que poidan querer ir máis alá de botar ao árbitro?, ¿que están facendo, que están pensando todos os cidadáns que disfrutan de tempo para reflexionar sobre este deserto do real que diría o amigo esloveno?, ¿pódese pensar dignamente e con eficacia en compromisos de cambio dende un despacho dun departamento universitario onde se están a deseñar estratexias para acadar sexenios e xustificar sabáticos?, ¿pódese agardar algunha pinga de sensatez nas moreas de clientes que agardan por un postiño dunha deputación?, ¿dun brillante profesor de enxeñería de sistemas que agarda unha dimisión dun concelleiro para pasar os últimos anos da súa carreira profesional tomando notas para unha novela que publicará cos cartos que se aforraron ao pechar servicios de urxencia e atención primaria? ¿que podemos agardar de técnicos, directivos, asesores, auditores, presidentes, e adxuntos que pasan o día coloreando powerpoints (de calidade, sobre todo) cos que xustificar soldos e sobresoldos detraídos do peto do cidadán? ¿pódese confiar nun xuíz que amorea expedientes inspirado nas xeometrías inestables dun postartista de moda?, ¿que tipo de cambio están a imaxinar os senadores do periodismo cando analizan feitos coma se fosen formas inéditas da superficie lunar?, ¿quen desconecta aos millerios de rapaces e rapazas que pasan unha media de seis horas diarias apapostiados con trebellos que lles deforma o ego ata afogalos na súa asfixiante autocomplacencia?...cando as pozas son cumios...¿quen non está disposto a guindarse para chegar ao máis alto?...non sei o que ten que vir, pero eu case apostaba por que no lo traiga alguén, por exemplo, sentiría unha enormísima tranquilidade se mañá mismo nos invadisen os franceses...a revolución loce case máis se é de segunda man, por aquí adoitamos deixalo todo perdido cando nos tiramos ao monte...

P.D. (1) O que ten que vir...creo que estamos nun revirado período manierista no que custa moito diferenciar a xenialidade de artefactos novos que converteron en tradición o que apenas ten décadas de antigüidade. A vertixe á que nos empurran as présas dunha velocidade que xa non depende da física senón dunha escura ciencia oculta que non ten moitos visos de respetar paradigmas clásicos de coñecemento, confúndenos globalmente ata reducirnos a neutrinos moi atractivos para un científico tolo mais pouco preparados para acadar o único que paga a pena que é atopar fórmulas para facer do noso paso por este mundo unha experiencia feliz e divertida. O que ten que vir...¿quen o sabe Paco E.? Ninguén que loitou seriamente por un cambio tivo a oportunidade de comprobalo. Históricamente foi así, ben o sabes, pero e que nos episodios históricos revolucionarios as xeracións que se botaron rúa ou á gorxa dos xestores da cousa -pública, poucas veces- que se trocaran en verdugos, eran xeracións moito máis xenerosas e desprendidas das actuais. ¿quen pensa hoxe acometer accións que non reporten unha satisfacción inmediata? ¿quen se comprace hoxendía en adiar o goce ou a promesa que se albisca tras un clic? ¿son as manis destes tempos accións verdadeiramente reivindicativas ou posados colectivos estipulados nas cláusulas do presunto contrato social para facelo parecer tal? ¿que sentido ten berrar consignas e autoflaxelarse con chapiñas de todas as cores se o compromiso termina xusto sequera de que na praza alguén comece a debullar un pregón indescifrable por un altofalante tolo?...seguimos

domingo, febrero 03, 2013

Li ñaaw na = esto es sucio

Fajaditos de Pablo Serrano
¿de que te sorprendes?. Qué inquietante pregunta. Siempre me produce una sensación de profunda desazón porque me la encuentro siempre, la pregunta, en boca de seres queridos que seguramente quieren ahorrarme unos minutos de cabreo e indignación. Siempre me sorprendo. Y ustedes también, no lo nieguen. Además no hacerlo o supone ninguna ventaja, ni siquiera es una actitud que les relaje frente a tanta humillación como nos escupe la prensa diaria. No sorprenderse, digo siempre para que me permitan indignarme a gusto, sería morir. Y eso nunca, al menos por ahora. Sorprenderse, asustarse incluso, es un síntoma de una disfunción. Hacer caso omiso, disimular que no se ha oído nada, autoconvencerse de que todo es normal sólo contribuye al agravamiento del problema. Cuando el ensordecimiento es general el peligro adquiere proporciones que pueden ser inabordables. Las soluciones pospuestas no existen, lo único que cabrá hacer será una extirpación dolorosa con un postoperatorio largo y penoso. La corrupción, como su propio nombre indica, es irreversible. No hay cura para un órgano corrupto. Vean el magnifico ejemplo de la iglesia. Esta institución milenaria ha conseguido disimular el pecado propio en la redención ajena y el poder secular no se demoró en copiar unas prácticas tan exitosas. Las prótesis todavía están en fase beta y los índices de rechazo desaconsejan experimentos poco consolidados. Únicamente un cuerpo social altamente sensibilizado con las debilidades de la democracia pueden salvar el modelo teóricamente más inocuo de organización social y política. Pero nuestro país no ha sido nunha un ejemplo de sociedad éticamente comprometida con la defensa de principios de poco valor de cambio. Preguntarnos por nuestro atraso cultural es condicion sine qua non para afrontar con un mínimo de eficacia el drástico cambio que exige la supervivencia de moribundo pacto social. Cuestionar a la clase política debe dejar de ser una ridícula pose de ciudadano pretendidamente informado para concretarse en acciones que aunque ya parecen revolucionarias, deberían ser parte de nuestra rutina diaria. Exigir transparencia, respeto y legalidad, como mínimo, en nuestras relaciones diarias con lo público y con lo privado es sólo un pequeño requisito para considerarnos ciudadanos activos y responsables y por lo tanto protagonistas de ese acuerdo por el cual delegamos parte de nuestro poder en un órgano colegiado, sólo por la sencilla razón de que es imposible oir nada si sesenta millones de ciudadanos hablamos a la vez. Cuando dejamos que la sencilla lógica de la vida diaria se transforme en laberintos jurídicos de contratos y requisitos que funcionan incluso sin nuestro consentimiento estamos poniendo los cimientos para la locura autoritaria de la que ya tendríamos que estar prevenidos, sobre todo en nuestro solar ibérico.  Una transición de la que presumió sólo el que conocía las ventajosas condiciones que se obtuvieron con un apretón de manos tan acelerado como vacio pudo ser un período de incubación de una nueva generación con la mente despejada. No lo fue, al menos en la medida que requería una imprescindible regeneración política. Los silencios clamorosos no escondían una paz social que era la envidia de países alienados con populismos y gobienos corruptos; eran el escondite de los franquistas de última generación, la guarida desde la que iban a vigilar de cerca al progresismo recién excarcelado. Los años del blanco y negro se sustituyeron por un colorido extravagante en el que afloraron experiencias sociales, culturales y políticas que, de repente y aparentemente, nos refrescaban la cara luego de una cuarentena de fiebre servil. Este fue el contexto en el que se generaron nuestros gestores de la cosa pública. Aquellos silencios amenazan hoy con tomar las plazas pero lo malo es que ya nadie recuerda lo que es una revolución, a pesar de que el vecino de abajo pueda exhibir con orgullos las marcas de los cigarrillos que algunos grises apagaron en la planta de sus pies. El olvido no es el problema. Es una estrategia de desmovilización social, aparte de una exitosa tendencia de gran utilidad para la financiación de trabajos de investigación en estudios de humanidades que parecen haberse pasado a lo “vintage”. Lo cierto es que de un día para otro pusimos la radio y sonó la música de Tendido Cero. El telediario nos sorprendió también ese día, hace menos de un año, con personajes que se movían igual que los siniestros actores del N.O.D.O. Dudamos de nuestra capacidad de ver en color cuando algún ministro de un ramo informaba de los progresos de una economía que decían acababan de rescatar de unos delincuentes a los que afortunadamente el turnismo había dejado fuera del maquiavélico juego de lo bipartito. El primer sábado de ese período de reperplejidad onerosa comprobamos que en el quiosco del barrio no quedaba ningún periódico en lengua vernácula. Los informativos internacionales mostraban a dirigentes ebrios vanagloriándose de glorias sexuales desde las tribunas de sus parlamentos y creímos que nuestra caspa era brillante confeti de glamur, de ese carísimo que ahora sale en facturas de ministras de sonrisa etrusca. Los despistes de la clase política son un elemento estructural del sistema, tendríamos que estar acostumbrados a ellos y no tendrían que ser ninguna amenaza para la tranquilidad social si fuesemos un cuerpo social advertido y vigilante; pero hemos dejado la puerta de la representatividad abierta y se ha producido una avalancha de tal magnitud que amenaza incluso con despertar al dinosaurio.